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OPINIÓN

Alejandro San Francisco: La destrucción de la educación chilena


Los resultados de hoy son peores que los de algunos años atrás, demostrando una regresión que prueba que los eslóganes de “educación gratuita y de calidad”, con la que se organizaron marchas, tomas y reformas legales, no era más que una frase vacía o utilitaria, pero no una convicción real o susceptible de ser comprobada. No hasta ahora y con seguridad tampoco en el futuro.

Desde hace muchos años, décadas incluso, se escucha que la educación es clave para el desarrollo de Chile. La mayoría de los padres consideran que es la mejor herencia que pueden dejar a sus hijos. Seguramente es la inversión más inteligente que podría hacer el Estado, en tanto las instituciones de enseñanza deberían ser fortalecidas tanto en los aspectos económicos como, principalmente, en el plano humano. Sin embargo, la realidad social contrasta de manera profunda y lamentable con esta aspiración que hoy solo representa más una quimera.

A mediados de junio hemos conocido –una vez más– los desastrosos resultados del SIMCE. Algunos dicen que Chile ha retrocedido cinco o diez años, incluso más, de acuerdo a los datos que se han revelado. Quienes están en enseñanza media no recuperarán los conocimientos no adquiridos, y nadie responderá por el engaño sufrido. Se podría decir que es un verdadero terremoto sobre nuestro sistema de enseñanza, aunque en realidad es la simple constatación de la situación de aprendizaje en que se encuentran los niños y jóvenes chilenos. De nuevo hemos tenido datos de lo que todos sabemos de una u otra manera: la enseñanza básica y media se encuentran en un pésimo momento, que ya se ha extendido por varios años y cuyas proyecciones se mantienen en una dirección equivocada. En resumen, una gran cantidad de niños chilenos no sabe leer, tampoco matemáticas básicas. Además, los resultados de hoy son peores que los de algunos años atrás, demostrando una regresión que prueba que los eslóganes de “educación gratuita y de calidad”, con la que se organizaron marchas, tomas y reformas legales, no era más que una frase vacía o utilitaria, pero no una convicción real o susceptible de ser comprobada. No hasta ahora y con seguridad tampoco en el futuro.

¿Por qué la enseñanza chilena ha llegado a este desastre? Sin duda –así ocurre en todos los fenómenos sociales complejos–, en la destrucción del sistema educacional chileno coexisten varios factores que es necesario tener en cuenta, lo que obliga a mirar el problema de manera compleja y no con simplismos torpes o inconducentes (como cuando se culpaba livianamente al lucro, el copago o la selección).

En primer lugar, no cabe duda que la educación no ha sido una prioridad social ni tampoco política en Chile, desde hace muchas décadas. Entre los temas que deben tratarse o solucionarse, este tiene una prioridad muy baja, con las correspondientes consecuencias. En Chile la política tiene un lugar principal entre las autoridades, la economía también concita gran interés; las familias sueñan con tener hijos médicos, ingenieros o abogados más que profesores. Si la educación no toma el lugar que le corresponde y si no se actúa en consecuencia, las cosas seguirán igual o peor.

En segundo lugar, porque los recursos destinados a la educación son muy insuficientes en relación con el desafío que debemos enfrentar. Las familias de mayores ingresos destinan más de $300.000 mensuales, e incluso hasta $600.000, para enviar a sus hijos a los colegios que obtienen mejores resultados, donde hay cursos más pequeños y estudiantes con mayor capital social. Por su parte, el Estado gasta menos de un tercio o un quinto de aquello, en circunstancias que los establecimientos subvencionados tienen más alumnos en la sala de clases y llegan con menos conocimiento de palabras o una enseñanza preescolar muchas veces nula; además pierden más clases durante su proceso de enseñanza. Por cierto, no basta aumentar el gasto –esto ha ocurrido– sino que es necesario procurar que se invierta bien y que tenga resultados. Pero sin mayor gasto no se puede obtener mejores resultados en los sectores de menores ingresos económicos.

En tercer lugar, porque la educación está capturada en buena medida y de mala manera por el Colegio de Profesores y por grupos o partidos que se han mostrado sin voluntad o sin capacidad para realizar cambios relevantes y positivos. Las reformas “educacionales” han sido negativas, no existe una voluntad real para mejorar las tareas de enseñanza y la organización gremial de los docentes ha sido un factor contradictorio y contraproducente, sin pasión por la enseñanza y con rapidez para los paros. Habría que evaluar, además, cuánto ha significado su actuación en el desinterés por estudiar carreras vinculadas a la educación.

En cuarto lugar, porque la clase política –en la práctica– no valora la educación como corresponde y actúa en consecuencia. Las reformas políticas, los cambios económicos y las relaciones internacionales siempre cuentan con interesados, con soluciones rápidas y una valoración adecuada. No ocurre lo mismo con la educación. ¿Qué evaluación se ha hecho de las reformas legales promovidas por el Congreso Nacional? ¿En qué medida los diagnósticos de las autoridades han tenido consecuencias en mejorar los resultados de aprendizaje? ¿Por qué legislar mal o empeorar la enseñanza no tiene consecuencias? ¿Qué lleva a qué las nuevas instancias, como los Servicios Locales de Educación, sean gobernadas por personeros de partidos políticos y no por especialistas? En política se repiten los problemas y faltan las soluciones reales.

En quinto lugar, me parece que no se puede dejar de mencionar las semanas, meses e incluso años de clases perdidos en medio de protestas, paros, tomas y un largo catálogo de destrucción práctica de la educación. Nada de eso puede ser gratis y los resultados están a la vista. Por cierto, todas esas cosas pasan fundamentalmente en la educación estatal y no en la privada, afectan a familias con menos recursos y privan a numerosos niños y jóvenes de la continuidad y aprendizaje que requieren en cada curso escolar.

Por último, también han influido algunos aspectos externos que conviene considerar al menos. Por cierto, la pandemia del COVID y la enseñanza a distancia, la falta de clases presenciales y otros factores han dificultado aprender y, en buena medida, también enseñar. En la misma línea se puede inscribir la omnipresencia de las redes sociales y los teléfonos celulares, que llevan a los niños y jóvenes a una aproximación distinta al estudio, hace que la lectura –a veces larga y pesada– quede como una cosa del pasado. Pero otros países tienen esa misma realidad y no han experimentado el mismo desastre.

El camino hacia el despeñadero es muy largo y tortuoso. Es un camino cargado de molotov y overoles blancos, de estatuto docente y resultados lamentables, de promesas incumplidas y demagogia galopante, de marchas y tomas estudiantiles, de prioridades trastocadas, falta de recursos y sobra de indolencia, de gobiernos y congresos que han tomado decisiones inadecuadas, han aprobado leyes malas y no han tenido consecuencias ni costos, que terminan pagando las familias y los niños. Así es, a la vera del camino se quedan los niños y sus esperanzas, generaciones de personas llamadas a aprender y que no logran los mínimos necesarios en diversos niveles.

Hay cosas que duelen y otras que irritan en el proceso de destrucción de la educación chilena. Entre las que causan dolor, ocupa un lugar principal la pérdida de talentos y de oportunidades para numerosos niños y jóvenes de Chile, que podrían haber aspirado a un futuro mejor, pero que lamentablemente quedarán a mitad de camino. Entre las que irritan, me parece que lo más destacado es el profundo clasismo de las malas decisiones y de todas aquellas cosas que han ido destruyendo la enseñanza que reciben los sectores más pobres de Chile. Los colegios particulares no tienen paros ni tomas, volvieron a clases muy pronto durante la crisis sanitaria, logran sortear con mayor facilidad las dificultades por múltiples razones. Los pobres no: para ellos se legisla mal, se financia mal y se toman malas decisiones. Pareciera que la indolencia del sistema lleva a repetir, “total son pobres”. Penoso e irritante. Es necesario comprender el tema de fondo. Chile no está viviendo solamente un problema de educación, sino que ha experimentado durante años la verdadera destrucción de su sistema de enseñanza, con consecuencias que hoy lamentamos. Nada cambiará si las cosas se siguen haciendo igual, con la misma indolencia e irresponsabilidad. Nada cambiará si se mira la educación como una causa perdida. Nada cambiará si no asumimos una verdadera cruzada por la recuperación de la educación en todos los niveles. Para ello necesitamos pasión, conocimientos, responsabilidad y sentido de urgencia. Y, además, una preocupación por el futuro que no admite dilaciones ni mediocridad