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Alejandro San Francisco: Trabajo, desempleo y decadencia

Las noticias sobre el empleo, la desocupación y la paralización económica se repiten de diversas formas en los últimos meses. Cualquier persona que recorra la capital en micro, a pie o en auto, se dará cuenta que prácticamente no hay maquinaria que muestre edificios en construcción, tantas veces sinónimo de desarrollo, progreso y creación de empleo. En la práctica, a ciertos problemas instalados en la sociedad –como la falta de vivienda y el aumento de campamentos– se suma una incapacidad efectiva de enfrentar el tema. En ese plano, la otra cara del asunto es que no hay dinamismo en el empleo en una de las áreas más propicias para la generación de fuentes de trabajo, como es la construcción.

Pocas cosas son más importantes que el trabajo en una sociedad. Es la manera que tienen las personas de desarrollar una vocación, de servir a la sociedad y también de procurar su subsistencia y la de sus familias. En la práctica, los más diversos trabajos honestos tienen un importante valor social y por ello mismo una sociedad dinámica debe procurar que todos los ciudadanos puedan aspirar a trabajos estables, atractivos humanamente, bien remunerados y con perspectivas profesionales y personales.

Sin embargo, en la práctica la vida laboral se ha ido poniendo cada vez más compleja, como demuestran las cifras y como lo sufren las personas. En diversos planos, el mercado del trabajo enfrenta su peor nivel desde la pandemia: el desempleo ha llegado al 9%, en tanto se acerca al 10% en la capital. Entre junio y agosto se destruyeron más de 20 mil empleos, información que llega exactamente en el mismo momento en que se conoce el proyecto de presupuesto del Ejecutivo para el 2024. David Bravo, director del Centro UC de Estudios Longitudinales, ha manifestado que la tasa de ocupación llegó al 55,4% en el mismo trimestre de junio-agosto, tal como existía en 2010: todo esto muestra un retroceso de 13 años, es decir, Chile se encuentra en el mismo nivel del 2010.

Esto muestra una situación compleja y dolorosa, que necesariamente debe mirarse en el largo plazo, y no exclusivamente centrarse en la actual administración. Por una parte, comprueba que la situación que ha vivido Chile desde el 2006 en adelante –con excepciones, por cierto– es de una franca mediocridad, de un abandono casi deliberado de aquellos años y criterios de crecimiento económico que habían caracterizado al país, con su círculo virtuoso de mejoramiento de la calidad de vida y superación de la pobreza en la población. Los años mediocres pasan la cuenta, a través de leyes repetidas pero malas, con aumento de impuestos, crecimiento del Estado y la burocracia, así como la inestabilidad institucional o las vulneraciones al estado de derecho. Así como las causas de la prosperidad son conocidas en la historia, también lo son aquellas que conducen a la mediocridad y a la decadencia.

Por otra parte, resulta claro que el dinamismo económico, el impulso creador y la prosperidad como expectativa se van poniendo a la zaga, con consecuencias sociales lamentables que se expresan en diversos ámbitos. Desde luego, en la falta de crecimiento económico y de creación de empleo, pero también en otras áreas como la educación, que muestra mayor deserción escolar y resultados realmente mediocres. A ello se suman las leyes pendientes desde hace años (una buena reforma de pensiones es una de ellas) y un deterioro en la seguridad pública y aumento de la delincuencia, frente a la indolencia lamentable quienes deberían estar a la cabeza de la lucha contra ella.

Hay contradicciones visibles que ilustran muy bien lo que comentamos. Así como disminuye el empleo formal y la oferta laboral, en todo este tiempo se ha podido observar un sistemático y lamentable, aunque previsible, crecimiento del Estado y del aumento de las contrataciones en el sector público, tengan o no tengan justificación real. En la práctica, cada día se hacen necesarios más recursos para mantener a un Estado más obeso y relativamente ineficiente, con presencia creciente de militantes de partidos y sueldos muy altos comparados con el sector privado. Entre tanto, la realidad de la vida diaria es al revés: menos pega y, por lo mismo, menores oportunidades y sin aumentos reales de sueldos.

En todo esto hay un par de aspectos asociados que comienzan a aparecer en las conversaciones y análisis. El primero es la trenza que se produce entre abandono escolar, la delincuencia y el trabajo. En la práctica, es muy probable que muchos jóvenes abandonen la enseñanza por una situación puntual o porque no observan posibilidades futuras reales a partir de la educación que reciben, en tanto la delincuencia ofrece dinero rápido y fácil, además de tener escasos “costos” relativos. Lo segundo es el deterioro evidente de las perspectivas de progreso nacional, con todo lo que ello implica no solo en materia de trabajo y retribución económica, sino también de posibilidades de aspirar a una vivienda propia o ahorros, por ejemplo.

Como suele ocurrir en estos temas complejos, los problemas son acumulativos, al igual que las soluciones. Si Chile ha perdido capacidad, competitividad o liderazgo en los últimos quince o veinte años, también es cierto que ha sido afectado especialmente por la Revolución de Octubre de 2019 y, por cierto, por la incapacidad gubernativa de liderar una agenda de progreso. En otras palabras, no ha existido una solución de largo plazo, pero tampoco se advierte un cambio de orientación en el último tiempo, lo que podría llevar a mantener ciertas condiciones de deterioro del mercado laboral, falta de inversión y otros males asociados.

A pesar de todo, no sería adecuado perder la esperanza, caer en el pesimismo o dejarse llevar por la apatía o el derrotismo. Los ciclos históricos tienen momentos de decadencia y progreso, así como se ven marcados por etapas de mayores o menores oportunidades para la población. Sin embargo, esta situación pasará, aunque todavía debamos temer algunos meses o años de mediocridad. Después, aunque el camino haya que comenzar a transitarlo desde hoy, vendrá un impulso patriótico que logrará revertir una tendencia que ya se arrastra por demasiado tiempo. Para ello se requiere desde ya tener ideas y ponerlas en la discusión pública; contar con personas dispuestas a gastar tiempo tanto en política como en otras actividades de servicio; por cierto, también se requieren algunos cambios estructurales que permitan salir del estancamiento y nos hagan volver a soñar.

Hay muchas personas pensando poner sus talentos y esfuerzo al servicio de Chile, y la situación actual se los impide o dificulta: debemos cambiar con urgencia esta dinámica perniciosa, para volver a creer y a crecer, por el bien de todos los habitantes de esta tierra.

Alejandro San Francisco, El Líbero.